La definición que da la obra Perspicacia para comprender las Escrituras de la palabra cristiano deja muy claro que para ser un cristiano verdadero, se requiere más que sencillamente decir que creemos en Dios, pues no se puede ser cristiano solo de nombre.
Por ejemplo, la Biblia enseña que la fe se demuestra con hechos, no solo con palabras.
Y como todos somos pecadores desde que nacemos, para llegar a ser cristianos, debemos arrepentirnos, abandonar la mala conducta, dedicar nuestra vida a adorar y servir a Jehová y, solo entonces, bautizarnos en agua.
Además, el cristiano debe mantenerse libre de la inmoralidad sexual y la idolatría, y abstenerse de la sangre.
Debe desnudarse de la vieja personalidad y evitar los ataques de ira, el habla obscena, las mentiras, el robo, la borrachera y, como dice el capítulo 5 de Gálatas, “cosas semejantes a estas”.
Así es, los cristianos tienen que ajustar su vida a los principios bíblicos.
Por eso deben ser amables, considerados, apacibles, así como demostrar gran paciencia y autodominio.
Deben proveer para los suyos y cuidar de ellos, y también amar al prójimo como a sí mismos.
¿Verdad que ser cristianos implica mucho más que solo decir que lo somos?
Ahora bien, aunque todas estas características son esenciales, ¿cuál dijo Jesús que sería la cualidad principal que distinguiría a un cristiano verdadero?
Quizás ya sepan la respuesta, pero vamos a recordarla leyendo Juan 13:34, 35.
Allí dice: Mi discurso de este mes se basa en estos versículos.
Se titula: “El amor es lo que distingue a un discípulo de Jesús”.
¿Observaron que, en el versículo 34, Jesús dijo que les daba un “nuevo mandamiento”?
Pero, más bien, parece un mandamiento muy antiguo, ¿no creen?
Recuerden que más de 1.500 años antes de que Jesús pronunciara esas palabras, la Ley mosaica ya decía en Levítico 19:18: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”.
Entonces, ¿qué tenía de nuevo el mandamiento de Jesús registrado en el capítulo 13 de Juan?
Bueno, Jesús indicó que los cristianos verdaderos tenían que amarse unos a otros como él los había amado.
¡Ahí estaba la diferencia!
Ahora, no solo debían amar al prójimo como a sí mismos, sino tal como Jesús los había amado.
¿Qué clase de amor era ese?
Se trataba de un amor abnegado.
Y cuando hablamos de esto, solemos pensar en el sacrificio de Jesús y en cómo entregó su vida para que tuviéramos la esperanza de vivir para siempre.
De modo que el amor abnegado de Jesús quedó demostrado porque estuvo dispuesto a morir por nosotros.
Y lo cierto es que algunos quizás tengamos que morir por nuestros hermanos algún día, aunque esperamos que esa situación nunca se presente.
Por eso, en vez de hablar sobre estar dispuestos a morir, veamos cómo podemos manifestar este amor abnegado hacia los demás en nuestra vida.
Recordemos que también durante su vida en la Tierra —en su ministerio de tres años y medio— Jesús demostró su amor por las personas.
Además de hacer el bien cuando la situación lo exige, un verdadero seguidor de Jesús busca la forma de ayudar a la gente en sentido espiritual y de otras maneras; procura hacer cosas buenas por los demás.
Predicar y enseñar las buenas nuevas —aunque algunos reaccionen con hostilidad— es una de las mejores expresiones de amor, pues quienes escuchan pueden llegar a vivir para siempre.
Aun así, las palabras de Pablo en 1 Tesalonicenses 2:8 indican que el cristiano verdadero debe impartir no solo las buenas nuevas de Dios, sino también su propia alma cuando ayuda a quienes desean aprender.
Esa es la clase de amor que distingue a los discípulos de Jesús.
Y él no se refería a que todos tendrían que morir por otros; más bien, les enseñó que todos deberían vivir mostrándose amor abnegado unos a otros a lo largo de toda su vida.
Los 4 evangelios contienen valiosos ejemplos del amor abnegado de Jesús, pero no describen absolutamente todo lo que hizo durante su vida en la Tierra.
Su ministerio de tres años y medio equivale a casi 1.300 días de dar de su vida y su amor.
¡El registro escrito de la vida de Jesús, aunque breve, es maravilloso!
Pero observar a Jesús en vivo todos los días debió ser aún más extraordinario.
Los relatos que tenemos de la vida de Jesús pueden compararse a un álbum fotográfico con unas cuantas imágenes.
En cambio, lo que sus apóstoles vivieron con él día tras día fue como observar una película basada en su ejemplo de amor.
Con razón, en Juan 21:25, el apóstol dijo: Como hemos leído, hubo muchas otras cosas que Jesús hizo; no que Jesús dijo, sino que hizo.
Así que Juan se refiere a hechos que demostraron su abnegación y su amor por los demás.
Ya dijimos que la predicación es una manera de demostrar amor.
Pero ¿de qué otras formas manifestamos el amor que identifica a los cristianos verdaderos, es decir, un amor como el de Jesús?
Hablemos primero de los ancianos de congregación.
En Filipenses 2:17, Pablo dijo que él se había derramado como libación por la congregación.
¿Qué quiso decir con eso?
Que estuvo dispuesto a agotar sus energías físicas y emocionales para ayudar a sus hermanos filipenses.
Muchos de los ancianos hacen lo mismo en nuestras congregaciones a favor de aquellos que están bajo su cuidado.
Dedican tiempo a animar y orientar a quienes lo necesitan; dirigen la predicación; están allí cuando hay graves problemas de salud o de otra índole.
Se entregan por completo a sus hermanos y así demuestran que son discípulos de Cristo.
Pero no necesitamos ser ancianos para ayudar a otros, ¿verdad?
Si nos fijamos en los demás, y no solo en nosotros mismos, identificaremos a quienes necesitan ánimo porque están pasando por pruebas o circunstancias difíciles.
Esta es una forma de probar que tenemos un amor como el de Jesús.
Pero quizás usted sea una hermana mayor y piense que decirle algo animador a un hermano es muy difícil.
Bueno, tal vez no tenga que decir nada: con solo estar allí en las reuniones o en la predicación, usted puede hacer que los demás se sientan animados.
Por favor, lean conmigo lo que dice Hechos 28:15.
Dice: Pablo “cobró ánimo” con solo ver a los hermanos que salieron a recibirlo.
Así que usted también puede animar a los hermanos con su sola presencia.
Ahora leamos lo que dice Filipenses 2:1-4.
Allí Pablo describe el “estímulo en Cristo”.
Dice: ¿Notaron el espíritu de abnegación que caracteriza al amor, así como el estímulo del que se habla aquí?
Sí, Pablo dijo que tuviéramos amor, pero también que vigiláramos con interés personal no solo nuestros asuntos, sino también los de los demás.
Esa es la clase de amor que distingue a los cristianos verdaderos.
Por ejemplo, ¿acostumbramos visitar a los que están enfermos o no pueden salir de casa?
Sería fácil recordar solo a los que vemos en el Salón del Reino y olvidar a los queridos hermanos a quienes no vemos porque su situación les impide salir.
¿Recuerdan algunos de los ejemplos más sobresalientes del amor de Jesús?
Hay numerosos relatos en los que Jesús y sus apóstoles curaron a los enfermos.
Claro, nosotros no podemos curar enfermos, pero lo que sí podemos hacer es visitarlos.
¡Y cuánto alivio puede traer una visita!
Los enfermos valoran mucho que oremos por ellos en las reuniones, pero también que respaldemos nuestras palabras con hechos, como cuando los visitamos.
¡Así es el amor de Cristo en acción!
¿Por qué no repasa la lista de los hermanos en su grupo de predicación con la idea de identificar a quienes hayan faltado a las reuniones?
¿Necesitan ayuda para preparar alimentos o para realizar alguna tarea del hogar?
¿Necesitan que alguien los lleve al doctor?
¿Nos impulsará el amor a satisfacer esas necesidades?
Donar para la obra del Reino también es una prueba de nuestro amor, pues con dichos fondos se atienden las necesidades de los hermanos en el mundo.
Al contribuir demostramos que somos verdaderos discípulos de Cristo.
Además, muchos han invertido sus recursos en viajar a lugares lejanos para ayudar a reparar los daños causados por desastres naturales.
¡Esta es una conmovedora evidencia de su abnegación y su amor por los hermanos!
Deseamos que este repaso de las palabras de Jesús, de Juan 13:34, 35, nos ayude no solo este mes, sino durante toda la vida.
¿Sabían que casi un tercio de la población mundial afirma ser cristiana?
Pero ¿cuántos de ellos manifiestan amor abnegado por quienes no son parte de su familia?
La mayoría son como jugadores uniformados de un equipo de fútbol.
Creen que, para ser parte del equipo, solo necesitan portar con letras grandes la palabra cristiano en la camiseta.
Sin embargo, la mayoría de ellos se conforman con sentarse en la banca —o el banco de la iglesia— y solo miran el juego desde afuera.
No llevan la vida de un cristiano.
Pero Jesús dejó muy claro que, para ser un verdadero discípulo suyo, no solo debemos “ponernos la camiseta” y decir que somos sus seguidores.
Más bien, tenemos que demostrar nuestro amor con hechos —es decir “jugar para el equipo”— y así imitar a los dos mejores ejemplos de amor de todos los tiempos: Jehová Dios y su hijo, Jesucristo.
Como dijo Pablo en 2 Corintios 8:8, debemos poner a prueba lo genuino de nuestro amor.
Así es, necesitamos demostrar todos los días que somos auténticos discípulos de Jesús.