Ya teníamos a nuestra primera hija, Renita.
Y luego nos dijeron que íbamos a tener gemelas.
Éramos nuevos en la verdad y teníamos mucho que aprender.
Así que me preguntaba: “¿Cómo puedo cuidar a mis hijas, no solo en sentido físico, sino espiritual?
¿Cómo puedo enseñarles a amar a Jehová y adorarlo?”.
Primera a los Corintios 3:10 me hizo pensar en la importancia de criar a mis hijas usando buenos materiales.
Así que tener una buena rutina espiritual fue muy importante para nuestras hijas.
Mi esposa y yo queríamos que ellas tuvieran un buen fundamento espiritual.
Teníamos que ponerles un buen ejemplo a las niñas.
Desde que tengo uso de razón, siempre recuerdo a mis padres estudiando, teniendo su estudio personal.
Recuerdo que un día papá entró en la sala y nos dijo: “¿Saben? Estuve leyendo Salmo 1:2, donde dice que tenemos que disfrutar con la ley de Jehová, y leerla día y noche y meditar en ella.
¿Qué les parece si nos proponemos hacer esto en familia, como un proyecto?
Leer la Biblia todos los días en voz alta juntos”.
Mis padres eran personas muy sencillas, o sea, no necesitaban muchas cosas para estar contentos.
Papá y mamá siempre trabajaron a tiempo parcial.
Papá era precursor, así que no teníamos mucho dinero y nuestro auto no era muy fiable que digamos.
Dejaba de funcionar justo antes de la reunión.
Recuerdo una vez que el auto no arrancaba y pensé: “Me parece que hoy no vamos a la reunión”.
Pero nos dijeron: “Chicas, el auto no arranca, así que tenemos que ir caminando”.
Así que allí estábamos los cinco camino a la reunión; mi papá con su traje y nosotras cuatro con los vestidos y los bolsos.
Aquello me enseñó a no permitir que ningún problema o preocupación me impida ir a las reuniones.
Para mis padres era muy importante que pasáramos tiempo de calidad juntos, sobre todo después de las reuniones.
Nos cambiábamos de ropa y, mientras comíamos algo en la sala, hablábamos de cómo nos fue el día y de la reunión.
Esos momentos eran muy especiales, nos unían mucho.
Sin importar cuán ocupado estuviera papá, siempre dejaba a un lado lo que estuviera haciendo y hablaba conmigo mirándome a los ojos.
Sabía que para él yo era más importante que lo que estaba haciendo.
Recuerdo que una vez me gustaba un chico.
Mis padres razonaron conmigo y, a partir de ese momento, me sentí con la libertad de contarles cualquier cosa porque sabía que no se iban a enfadar conmigo.
Sabía que iban a escucharme y a intentar comprender mis sentimientos.
Uno de los mejores regalos que mis padres me han hecho ha sido enseñarme a pensar y a meditar en la Biblia.
Siempre nos animaron a ponernos la meta del precursorado o del servicio de tiempo completo.
Mis hermanas y yo trabajábamos a tiempo parcial.
Recuerdo que una vez una hermana amiga de la familia me dijo: “Mira, tus padres se están haciendo mayores.
Tú, como su hija, quizás deberías trabajar a tiempo completo y así ellos podrían tener una vida más fácil”.
Después de esa conversación, casi dejé el precursorado.
Pero, en el fondo, sabía que mis padres no querrían que hiciera eso.
Ellos querían que usáramos nuestra juventud para servir a Jehová.
A mi esposo y a mí nos invitaron a la clase 145 de la Escuela de Galaad.
Fue un sueño hecho realidad.
Tengo que agradecerles a mis padres que siempre hayan estado a mi lado durante todos estos años.
Nunca lo habría conseguido sin su ayuda, y por eso les estaré eternamente agradecida.
Les agradezco mucho a mis padres la educación que me dieron.
Tengo una vida muy feliz.
Estoy agradecida porque me he ahorrado muchos dolores de cabeza en la vida.
Y todo gracias a que mis padres me enseñaron la verdad y a amar a Jehová.
Los niños imitan todo lo que ven, así que van a imitar nuestro ejemplo.
Le doy gracias a Jehová por la familia que tengo.
Cuando veo que todos somos precursores, los cinco miembros de la familia, pienso: “Gracias, Jehová”.