Pablo dejó el siguiente consejo en Efesios 4:26, 27: “Que no se ponga el sol estando ustedes en estado provocado, ni dejen lugar para el Diablo”.
Sin embargo, algunos hasta se han cambiado de congregación por guardar rencor y sentirse ofendidos.
¿Qué puede provocar que guardemos rencor?
Tal vez no hayamos recibido algún privilegio que esperábamos o quizás pensemos que se nos ha tratado injustamente o con severidad.
Algunos también se resienten cuando son objeto de críticas; sobre todo, si esto ocurre muy a menudo.
Nosotros podemos ayudar a otros a no guardar rencor si procuramos no decir cosas que lastimen y si evitamos la costumbre de “extraer la paja” del ojo de los demás.
Pero ¿qué hay si alguien nos ofende?
Todos, en algún momento, hemos hablado sin tacto o nos ha faltado amabilidad y, por eso, debemos perdonar.
¿No nos gustaría que otros nos perdonaran cuando hablamos sin tacto?
Todos pecamos con la lengua.
Ahora, si está resentido, no vaya hablando del asunto; acérquese solo a un amigo de confianza.
De lo contrario, sus comentarios pueden dividir a la congregación o a la familia.
Veamos lo que dice la Biblia al respecto en Proverbios 17:9.
Dice: “El que encubre la transgresión busca amor, y el que sigue hablando de un asunto separa a los que se han familiarizado entre sí”.
El espíritu santo puede ayudarnos a perdonar.
Pero si le cuesta trabajo perdonar y olvidar, entonces hable con la persona que lo ofendió.
Guardar rencor puede conducirnos a cometer pecados graves.
Hay varios ejemplos bíblicos de esto: Caín se dejó llevar por el rencor y asesinó a Abel.
Los hermanos de José le guardaron rencor por los sueños que tuvo y porque era el preferido de su padre; algunos hasta trataron de matarlo.
En cambio, José no se quedó resentido con sus hermanos.
Debido a que Jacob recibió la bendición de primogénito, Esaú desarrolló un rencor asesino contra él; de hecho, hasta pensó en matar a Jacob después de la muerte de su padre.
Cuando Juan denunció el adulterio de Herodías, ella le guardó tanto rencor que logró que lo asesinaran.
Por supuesto, en la Biblia también encontramos buenos ejemplos.
Job oró por sus tres compañeros a pesar de que lo habían tratado muy mal.
En lugar de quedarse resentido, oró a favor de ellos.
Jonatán no guardó rencor cuando se enteró de que David heredaría el trono; ¡y eso que David era unos 30 años menor que él!
Pedro no le guardó rencor a Jesús cuando lo llamó “Satanás” o “resistidor”.
Y Pedro tampoco se resintió con Pablo cuando lo reprendió en público; al contrario, siguió expresándole su cariño.
Marta no le guardó rencor a Jesús después de que él la corrigiera por estar más atenta a preparar la comida.
Juan Marcos tampoco se quedó resentido cuando Pablo no lo quiso llevar a una gira misional.
Más bien, siguió activo en su ministerio acompañando a Bernabé.
¿Y qué hay si dejáramos de hablarle a alguien, es decir, si le aplicáramos la “ley del hielo”?
Eso sería poner una barrera a la comunicación.
A veces el ofendido deja de hablar con la otra persona para castigarla.
Sin embargo, La Atalaya del 15 de septiembre de 2006, página 23, párrafo 16, dijo: “Es posible que no siempre lo haga para castigar a su pareja, sino porque se siente demasiado frustrado o desanimado”.
Así que alguien podría dejar de hablar por depresión o porque no sabe qué decir y no necesariamente por guardar rencor.
Hay quienes son muy directos y suelen ofender a los demás.
Proverbios 12:18 dice: “Existe el que habla irreflexivamente como con las estocadas de una espada”.
Comunicarse no es hablar por hablar.
La comunicación es hablar con amor.
Aun cuando alguien no tenga la intención de ofender, si habla sin pensar o exagera las cosas, puede lastimar a otros.
Si alguien nos lastimara con un cuchillo literal —aunque fuera sin intención—, de todos modos nos dolería ¿verdad?
Así que deje de hablar con rudeza.
El habla severa ofende de verdad, y esa es la pura realidad.
El habla severa es como una tormenta; el habla amable, como una brisa.
El habla severa es como un concierto de rock; el habla amable, como música tranquila.
El habla severa es como una gran avalancha; el habla amable, como suaves y hermosos copos de nieve.
El habla severa es como volcar un cubo de agua sobre una flor recién plantada; el habla amable, como una refrescante llovizna.
Por lo tanto, seamos hombres y mujeres amables.
También es muy importante la forma en que decimos las cosas.
La mayoría de nosotros conocemos bien las palabras que Pablo escribió en Colosenses 4:6, donde dice: “Que su habla siempre sea con gracia, sazonada con sal, para que sepan cómo deben dar una respuesta a cada uno”.
Esfuércese por desarrollar un tono de voz agradable y seleccionar bien sus palabras.
Y cuando le dirijan palabras poco amorosas, resista el impulso de responder con sarcasmo o alzando la voz.
Aunque, como dijo La Atalaya hace tiempo: “Hasta los susurros pueden ser ofensivos si pretenden irritar o humillar”.
Evite expresiones hirientes como “no te importo” o “nunca me escuchas”.
A algunos les gusta discutir porque así es su personalidad o así los educaron.
Expresar de manera impulsiva nuestras opiniones o sentimientos pudiera lastimar a los demás.
Un diccionario en inglés dice que hablar imprudentemente significa hablar por impulso y sin pensar en cómo pueden reaccionar los demás.
Así que asegurémonos de que nuestra mente esté funcionando antes de utilizar la boca.
“Si siente que está a punto de explotar, diga que necesita un momento y aléjese para calmarse.
Puede irse a otro lugar de la casa o dar un paseo hasta que se haya calmado.
No confunda esto con negarse a hablar”.
Esta es una cita de la revista ¡Despertad!
de diciembre de 2015.
Así que no se deje vencer por el rencor, pues cuando el rencor permanece, uno se endurece.
También podríamos decir que el rencor es un ladrón que nos roba la paz mental.
Es como el óxido que corroe la carrocería de un auto que por fuera se ve impecable, pero bajo la pintura tiene un serio problema.
El amor nos protege contra el resentimiento y el rencor, tal como un techo nos protege de la lluvia.
Además, “el amor nunca falla”.
Y demostramos nuestro amor a Jehová mediante el amor que les tenemos a nuestros hermanos.
Escuchen esta impactante advertencia que encontramos en Perspicacia, volumen 2, página 1188: “Dios condena a la persona que guarda rencor o busca venganza personal por males reales o imaginarios cometidos contra él o contra otros”.
Esto es un asunto serio porque podríamos entristecer el espíritu santo.
Recuerde que debemos perdonar a los demás.
Eso es lo que la Biblia nos enseña en Levítico 19:18 cuando dice: “No debes tomar venganza ni tener rencor contra los hijos de tu pueblo”.
Pero ahí no termina el asunto; lo que sigue diciendo el versículo también es muy importante: “Y tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.
Yo soy Jehová”.
De manera que “el amor nunca falla” porque nos permite superar cualquier situación que nos lleve a guardar rencor contra los demás.