Imagínese la siguiente escena: usted está en una asamblea junto a miles de hermanos.
Está absorto en las palabras del hermano que está pronunciando un discurso sumamente interesante.
Él está dando instrucciones sobre qué hacer ahora para ser leales y sobrevivir a la gran tribulación.
De pronto, un hombre se sube a la plataforma, se dirige al discursante y le dice: “Mi hermano está administrando la herencia que dejó mi padre y no me quiere dar lo que me corresponde.
Yo merezco más.
Por favor, baje de la plataforma y ayude a mi hermano a entrar en razón”.
Suena ridículo, ¿verdad?
Pero eso fue exactamente lo que sucedió hace dos mil años.
Y como se ha mencionado en los comentarios, en Lucas capítulo 12 vemos que Jesús le estaba hablando a una gran multitud.
De hecho, en Lucas 12:1 se dice que la muchedumbre era tan grande que se apretaban unos a otros.
Trate de imaginar la escena.
La multitud se apiñaba para estar más cerca de Jesús; querían oír lo que les iba a decir.
Algunos estaban sentados y otros de pie.
Unos estaban en el suelo, otros, sobre piedras.
Algunos buscaban la sombra de un árbol.
Quizás era un día soleado, y les daba el sol en la cara.
Había bebés llorando; había todo tipo de distracciones.
Pero Jesús se mantuvo concentrado en el mensaje que quería transmitir.
Sí, Jesús estaba hablando con algunos de sus seguidores de asuntos espirituales muy importantes.
Esta conversación tenía el objetivo de prepararlos para la persecución que se acercaba y enseñarles a beneficiarse del espíritu santo de Jehová a fin de tener éxito.
Y justo entonces, como leemos en Lucas 12:13, un hombre lo interrumpe y le dice: “Maestro, di a mi hermano que divida conmigo la herencia”.
¿En qué estaba pensando este hombre?
Esto no tenía absolutamente nada que ver con el tema del que Jesús estaba hablando.
Es evidente que el hombre estaba agobiado y distraído —hasta angustiado— por problemas con su hermano.
En vez de estar concentrado en las instrucciones que Jesús les estaba dando para prepararlos, estaba pensando en asuntos que no tenían nada que ver con las cosas espirituales.
Es probable que ni siquiera estuviera escuchando a Jesús.
No solo estaba distraído, sino que además hizo que miles de personas también se distrajeran.
Es probable que los demás también tuvieran sus propias inquietudes en qué pensar.
Pero ¿logró ese hombre distraer a Jesús con sus palabras?
No.
Jesús no se entrometió en esta disputa por bienes materiales.
Encontramos su respuesta en el texto de hoy, Lucas 12:14.
Podemos imaginarnos a Jesús buscando con la vista al hombre y diciéndole: “Hombre, ¿quién me nombró juez o repartidor sobre ustedes?”.
Jesús pudo haber dictado su sentencia.
Era perfecto.
O pudo haberse apartado del lugar donde estaba para ir a conversar con el hombre.
Pero no lo hizo.
No era ni el momento ni el lugar para eso.
Además, Jesús sabía cuál era su lugar y no se metió en esa discusión.
Él no permitió que ese hombre lo distrajera de las cosas espirituales, de su comisión y del propósito por el cual había venido a la Tierra.
¿Y para qué vino?
Juan 3:17 explica: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para que juzgara al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”.
Jesús sabía que este era el momento y el lugar adecuados para impartir instrucción a sus seguidores, a fin de prepararlos para el futuro y dirigirlos a Jehová y su Reino.
Pero como sabía que somos imperfectos y que nos distraemos fácilmente, en el versículo 15 del capítulo 12, Jesús decidió recordarnos qué debemos hacer.
Al hombre y a todos los reunidos les dijo: “Mantengan abiertos los ojos y guárdense de toda suerte de codicia, porque hasta cuando uno tiene en abundancia, su vida no resulta de las cosas que posee”.
¿Qué quería Jesús que ellos entendieran?
Que aunque era natural que tuvieran inquietudes y distracciones, debían mantenerse concentrados.
Debían fijar su vista en lo que se avecinaba y en cómo agradar a Jehová.
Además, les aconsejó que no dejaran que sus inquietudes se convirtieran en distracciones.
En Lucas 12:29 dijo: “Dejen de andar buscando [o concentrándose en] qué podrán comer y qué podrán beber, y dejen de estar en ansiedad y suspenso”.
En el versículo 30 señaló que eso era tras lo que las personas del mundo iban con empeño.
Y hoy sucede lo mismo.
Pero él dijo: “Dejen...
dejen de centrarse en eso.
Dejen de andar buscándolo”.
Ahora pensemos en la palabra “inquietud”.
Jesús la utilizó varias veces en este capítulo y en otras conversaciones que tuvo con sus seguidores.
¿Qué significa la palabra “inquietud”?
El verbo griego que se traduce “inquietarse” significa “tener la mente distraída”.
¿Y de dónde viene la palabra “distraer”?
Es interesante que “distraer” proviene del latín trahĕre, que significa “llevar arrastrando”.
La raíz “traer” en español viene de allí mismo.
Ahora, “atraer” da la idea de acercarse a algo.
Y “distraer” significa “apartar la atención de alguien”.
Y eso es lo que nos pasa todos los días.
Se nos puede atraer hacia algo o se nos puede distraer de algo.
En realidad, las distracciones nos llegan en diferentes formas.
Podemos ilustrarlo con este pequeño letrero.
Las distracciones vienen en una variedad de tamaños y colores.
¿Cómo aparecen las distracciones?
Pueden llegar de fuentes externas o, a veces, nosotros mismos las provocamos.
Nuestra mente genera algunas inquietudes y distracciones.
Y ¿qué pasa si no nos mantenemos concentrados?
Que las distracciones se convierten en el centro de nuestra atención.
Ya no podemos ver más allá de ellas.
Por eso, debemos mantener siempre abiertos los ojos y estar alerta para seguir sirviendo a Jehová.
Bueno, hay muchas cosas que pueden distraernos.
Quizás nos preocupen nuestros problemas de salud, los de nuestro cónyuge o los de nuestros padres mayores.
Nos puede angustiar la muerte de un ser querido o cómo mantener a nuestra familia.
Es posible que nuestras asignaciones nos hagan sentir abrumados.
O tal vez tengamos el deseo de recibir más responsabilidades y nos sentimos mal cuando vemos que otros hermanos las reciben, y nosotros no.
Podríamos concentrarnos tanto en estos asuntos que permitiéramos que nos distrajeran de nuestro servicio.
Pero cuando las inquietudes y las distracciones nos acechen, recordemos que podemos hacer algo al respecto.
Encontré una frase que lo resume: “Evite las distracciones, aumente su concentración”.
Bueno, ¿cómo podemos evitar las distracciones y aumentar nuestra concentración?
Busquemos el consejo que Jesús dio hace unos dos mil años y que desde entonces ha sido clave para sus siervos fieles.
Se encuentra en Lucas 12:31.
Allí dijo: “Busquen continuamente [o concéntrense en] el reino de él, y estas cosas les serán añadidas”.
Y en el versículo 34 añadió: “Porque donde esté el tesoro de ustedes, allí también estará su corazón”.
Si ponemos nuestro corazón en buscar el Reino y valoramos lo que Jehová ha preparado, lograremos que nuestra ansiedad disminuya.
Pensemos en alguien que vivió antes del tiempo de Jesús: David.
Él tenía inquietudes como todos nosotros.
David era un rey.
Para él habría sido fácil rodearse de personas espirituales.
Pero cuando se enfrentaba a situaciones en las que necesitaba ayuda, se acercaba a Jehová en oración.
Un texto que me gusta mucho, y quizás a ustedes también, es Salmo 94:19.
En Salmo 94:19 él dijo: “Cuando mis pensamientos inquietantes [o angustias] llegaron a ser muchos dentro de mí, tus propias consolaciones empezaron a acariciar mi alma”.
Estas palabras son de mucha ayuda cuando nos enfrentamos a inquietudes.
Al mismo tiempo que le pedimos a Jehová que nos ayude y nos dé serenidad, hagamos todo lo posible por poner en práctica lo que dijo Pablo en Hebreos 2:1: “Prestemos más de la acostumbrada atención a las cosas oídas por nosotros, para que nunca se nos lleve a la deriva”.
El hombre que interrumpió a Jesús se perdió en sus pensamientos, permitió que se fueran a la deriva e hizo que otros también se distrajeran.
Queremos copiar el ejemplo de Jesús: se mantuvo concentrado en servir a Jehová.
Esforcémonos por hacer del servicio a Jehová lo más importante para nosotros.
Y no permitamos que ninguna distracción nos saque de la carrera por la vida.