La mayoría llevamos años asistiendo a las reuniones; algunos, por décadas, y otros, toda nuestra vida.
Pero, de vez en cuando, necesitamos detenernos a meditar y preguntarnos con sinceridad: “¿Por qué estoy yendo a las reuniones?”.
Puede parecer una pregunta muy sencilla, básica, pero es muy profunda, porque la respuesta dice mucho de nosotros.
Saca a la luz quiénes somos en nuestro interior —nuestros motivos, nuestras metas— y cómo está nuestra relación con Jehová y también con los demás.
El artículo de La Atalaya en el que se basa el texto de hoy se titula: “¿Por qué debemos reunirnos para adorar a Dios?”.
Quédense con eso: “Para adorar a Dios”.
Y en el artículo había un recuadro titulado: “Razones para asistir a las reuniones”.
Como ven en la pantalla, el recuadro daba ocho razones, que pueden agruparse en tres categorías.
La primera es qué efecto tiene en nosotros.
Las reuniones nos educan, nos animan, nos permiten acercarnos más a Jehová y aprovecharnos de la influencia del espíritu santo.
La segunda categoría es qué efecto tiene en los demás.
En las reuniones, podemos fortalecer a nuestros hermanos y mostrarles que los queremos.
Y la última categoría es qué efecto tiene en Jehová.
Cuando tenemos la costumbre de ir a las reuniones y no faltar, podemos darle a Jehová lo que merece: nuestra alabanza, nuestra adoración.
Le demostramos a Jehová que deseamos acercarnos a él y a su Hijo, Jesús.
Y, por último, demostramos que apoyamos la soberanía de Dios.
Bueno, este es el orden en el que aparecieron estas categorías en el recuadro de La Atalaya que mencionamos antes.
Pero, si tuviéramos que colocarlas por orden de importancia, ¿cómo quedarían?
Obviamente, la razón principal por la que vamos al Salón del Reino es para adorar a Jehová.
Claro, las otras dos también son importantes: nos beneficiamos nosotros, se benefician los demás.
Pero, cuando nos paramos a pensar con sinceridad si las reuniones son lo más importante en nuestra vida, si vamos aunque estemos cansados, aunque estemos preocupados y tengamos muchos problemas, tenemos que recordar que la razón principal por la que vamos a las reuniones es para adorar a Jehová.
Eso fue exactamente lo que hizo el compositor del Salmo 116.
En cierto momento, se paró a pensar en cómo estaba su amistad con Jehová y en qué podía hacer para servir a Jehová todavía más.
Él ya había visto la mano de Jehová cuando lo ayudó tanto en los buenos momentos como en los malos.
Cuando escribió el Salmo 116, dedicó tiempo a pensar en todo lo que Jehová había hecho por él, y nosotros vamos a hacer lo mismo.
Por favor, busquen conmigo en sus biblias o tabletas el Salmo 116.
Y, cuando encuentren este salmo, verán que su autor dice unas cosas muy bonitas sobre Jehová y habla de cómo afrontar los problemas.
El contenido del libro lo llama una “canción de gratitud”.
Y eso se ve desde el primer versículo, donde el salmista empieza a darle gracias a Jehová, a expresarle su agradecimiento.
Dice: “Amo a Jehová”.
Hay muchas razones por las que él amaba a Jehová, pero la primera que dice es: “Porque él oye mi voz, mis ruegos por ayuda”.
Y en el 2: “Él inclina su oído hacia mí”.
O, como vemos en la nota, él “se agacha para escucharme”.
Ahora bien, aunque el salmista era muy amigo de Jehová y lo amaba, eso no significa que no tuviera problemas, que no sufriera ansiedad o que su vida fuera fácil.
No, en realidad fue todo lo contrario.
Tuvo muchos problemas y pasó por muchas pruebas.
Seguro que muchos de nosotros nos sentiremos identificados con las cosas que dice este salmo.
Veamos el versículo 3.
El salmista pensó que iba a morir.
Si nosotros nos viéramos en la misma situación, nos sentiríamos como él: angustiados.
Nos sentiríamos tristes.
En el versículo 6 dice que “estaba hundido”.
Está claro que se sentía desanimado, débil, deprimido...
No sabemos lo que le pasaba; el caso es que así se sentía.
En los versículos 10 y 11, dijo: “Mi sufrimiento era inmenso”.
Había entrado en pánico, estaba muy nervioso.
Pero, a pesar de las malas experiencias que había vivido el salmista, le hizo un voto a Dios.
En los versículos 2 y 4, prometió invocar a Jehová, es decir, alabarlo como él se merece, acudir a él en oración.
¿Y por cuánto tiempo lo haría?
Él dijo: “Mientras yo viva”.
Y eso fue lo que hizo.
Y, cuando el salmista meditó en todo lo que Jehová había hecho por sus siervos leales del pasado y todo lo que había hecho por él mismo, llegó a la conclusión en el versículo 5 de que el Dios al que adoraba era un Dios compasivo, un Dios justo, un Dios misericordioso.
Y en los versículos 6 a 8 vemos que, para el salmista, Jehová era un Padre bueno y cariñoso que siempre protege, siempre salva y siempre rescata a sus hijos y les da todo el consuelo y la guía que necesitan.
Y todo esto, todo lo que el salmista sentía por Jehová, ¿qué efecto tuvo en él?
Lo dice el versículo 10.
Ese amor intenso hizo que tuviera una fe fuerte.
Y esa fe fue lo que le dio valor para alabar a su Dios.
Es verdad, los problemas no se fueron, pero Jehová tampoco.
Jehová siempre estuvo a su lado, apoyándolo, consolándolo, ayudándolo a aguantar, a no rendirse.
Y, después de meditar en todo lo que Jehová había hecho por él durante tantos años, el salmista se hizo una pregunta que sería bueno que nosotros nos hiciéramos de vez en cuando.
Versículo 12: “¿Cómo le pagaré a Jehová todo el bien que me ha hecho [a mí, personalmente]?”.
Así que pensó en ello, lo meditó.
¿A qué conclusión llegó?
Leamos desde el 17.
Dice: “Te ofreceré [Jehová] el sacrificio de agradecimiento; invocaré el nombre de Jehová.
Los votos que le hice a Jehová los cumpliré en presencia de todo su pueblo, en los patios de la casa de Jehová, en medio de ti, oh, Jerusalén.
¡Alaben a Jah!”.
Así vemos la decisión del salmista y su amistad con Jehová.
Jehová inclinó su oído para escucharlo y también para ayudarlo.
Así que, de este modo, el salmista se sintió más cerca de Jehová.
Quería hacer cada vez más para darle las gracias a Jehová y cumplir con todas sus promesas y sus votos.
Tenía el deseo, el objetivo de alabar por siempre a Jehová.
Quería hacerlo toda su vida.
¿Y dónde lo haría?
En “la casa de Jehová”.
¿Y quiénes estarían allí adorando a Dios con él?
Estaría todo el pueblo de Jehová.
Nosotros debemos seguir su ejemplo.
¿Cómo podemos pagarle a Jehová, como dijo el salmista?
¿Cómo podemos demostrarle cuánto agradecemos todo lo que ha hecho por nosotros?
Bueno, obviamente, no podemos darle todo lo que se merece, pero podemos demostrarle que le estamos agradecidos y que lo queremos mucho, que cumplimos con nuestra dedicación a diario.
Podemos pagarle alabándolo todas las semanas en nuestras reuniones y en la predicación junto con nuestros hermanos y nuestras hermanas.
También podemos demostrarle a Jehová que estamos muy agradecidos por tantos y tantos regalos que nos ha hecho, como la revisión de la Biblia.
¡Eso sí que es una joya!
Y ahora tenemos la Biblia de estudio, con todas esas notas, videos, fotos, gráficos...
Todo esto nos ayuda de manera visual a aprender cuáles son los justos caminos de Jehová, cómo él quiere que vivamos y le sirvamos.
También tenemos folletos, revistas, libros, tenemos la página web, tenemos el broadcasting y preciosos videos y canciones que la organización está publicando.
Todos estos regalos nos ayudan a amar más a Jehová y a que Jehová sea nuestra prioridad en la vida.
Pero, si queremos sacarles todo el jugo posible, ¿qué es lo que deberíamos hacer?
Primero, tenemos que familiarizarnos con estas herramientas.
Tenemos que aprender a usarlas y luego tomarnos el tiempo y, con calma, usarlas para nuestro beneficio, para adorar a Jehová y para ayudar a los demás.
Para entenderlo mejor, pondré un ejemplo muy sencillito.
Muchos de nosotros tenemos uno de estos teléfonos que dicen que son inteligentes, un smartphone. Pero no es fácil aprender a usarlos, porque pueden hacer un montón de cosas estos teléfonos.
Pueden tomar fotos, videos, podemos estudiar con ellos, usar internet, podemos hacer un montón de cosas, podemos hablar con la familia, por Skype o cualquier otro medio.
Y hasta se puede usar de teléfono.
¡Guau, increíble!
Pero, aunque haga todo esto, no serviría de nada si no aprendemos a usarlo, ¿verdad?
Sería inútil.
Además, estos teléfonos —y lo mismo pasa con las tablets— hay que enchufarlos a la corriente.
Las baterías tienen que estar bien cargadas.
¿No es verdad, hermanos, que pasa exactamente lo mismo con nuestro servicio a Jehová?
Debemos ir a las reuniones, debemos entender qué es lo que él espera de nosotros para poder cumplir con su voluntad.
Pero también debemos “enchufarnos”, por decirlo así, a su espíritu santo.
Y, si lo hacemos, podremos adorar a Jehová como él se merece, nosotros nos beneficiaremos y ayudaremos a los demás.