Kenneth Flodin: La mansedumbre, una cualidad compleja (Núm. 12:3)

Números 12:3: “Moisés era con mucho el hombre más manso de todos”.

Cuando pensamos en las cualidades en las que tenemos que trabajar, ser mansos tal vez no es lo primero que se nos viene a la cabeza.

Es muy probable que no esté entre nuestras prioridades.

Ser mansos tal vez nos parezca algo fácil, natural y sin mucha importancia.

Pensamos que quizás hay cosas que nos conviene corregir primero.

Pensamos que tenemos que ser valientes, imparciales, cariñosos, perdonadores, sabios… en fin, ser cualquier cosa menos mansos.

Y, bueno, aunque ser mansos tal vez parezca algo fácil y natural, lo cierto es que requiere de muchas otras cosas, de muchas cualidades.

Eso lo vemos en Éxodo, capítulo 2.

¿Dirían que Moisés nació siendo manso, apacible y tranquilo?

No, nada indica que la mansedumbre sea una cualidad con la que nacemos.

Éxodo 2:2 dice que, cuando Moisés nació, él era un niño hermoso.

Pero en ningún momento dijo que era manso.

Es más, como todos sabemos, Moisés se crio en la familia orgullosa y arrogante del faraón, quien era uno de los gobernantes más poderosos del mundo.

Así que no le enseñaron a ser manso ni humilde en su adolescencia.

Entonces, ¿qué nos enseña esto?

Algo muy positivo.

Que para ser personas mansas no necesitamos haber nacido con esa cualidad o llevarla en la sangre.

Y tampoco necesitamos habernos criado bajo las condiciones perfectas.

Con tiempo y esfuerzo, todos podemos ser personas mansas.

Ahora, acabamos de ver que Moisés era “con mucho el hombre más manso de todos”.

Así es: no había nadie como él.

¿Cómo llegó a ser así?

Pues porque Jehová lo entrenó.

Sí, entrenó personalmente a Moisés.

Jehová seguro vio todo el potencial que tenía Moisés y las cualidades que probablemente desarrolló mientras se crio en la casa del faraón.

Él tenía buen porte, era seguro de sí mismo, a veces demasiado, y mostraba aplomo.

Pero, a pesar de esos dones, Jehová no podía utilizar al máximo todo ese potencial.

¿Por qué?

Porque le faltaba mansedumbre.

Pero este entrenamiento de Moisés no duró 40 días.

Fue un curso de 40 años en el que Moisés tuvo que pensar y cultivar humildad.

Pasó de príncipe a pastor, y no de sus propias ovejas, sino de las ovejas de su suegro.

Y, con este cambio de circunstancias, Moisés ahora contaba con mucho tiempo para pensar en la clase de hombre que quería ser y en la clase de Dios que es Jehová.

Y él cambió.

Llegó a ser una persona mansa y apacible.

El libro Perspicacia define lo que es la mansedumbre y nos muestra todo lo que implica esta cualidad.

Dice que es la “apacibilidad de carácter exenta de altivez o vanidad.

Predisposición mental que permite sufrir con paciencia las ofensas que se reciben sin irritación, resentimiento o ánimos de venganza”.

Cómo ven, no es nada fácil.

Recuerdo que en una Atalaya leí que ser mansos era como pintar un hermoso cuadro, un cuadro como el que estamos viendo ahora.

¡Qué cuadro tan bonito!

¿No les parece?

La mansedumbre de Moisés era tan bonita para Jehová que quiso exhibir toda esa belleza, como si de un cuadro se tratara, diciendo que “Moisés era con mucho el hombre más manso de todos los hombres”.

Pero ¿qué es exactamente lo que tienen en común la mansedumbre y un cuadro?

Bueno, para pintar un cuadro hay que saber combinar con destreza los colores para así obtener una mayor gama de tonalidades.

Fíjense en estos tres colores: amarillo, rojo y azul.

Esos son los colores primarios.

Estos colores se pueden mezclar para obtener colores nuevos.

Vamos a ilustrarlo con la siguiente imagen.

¿Qué color se obtiene si mezclamos el amarillo y el rojo?

Pues el que se ve entre los dos, el naranja.

Si mezclamos el azul y el amarillo, se obtiene verde.

Y, si mezclamos el rojo con el azul, obtenemos violeta o morado.

Y se pueden seguir mezclando los colores hasta obtener todas las tonalidades que hacen falta para pintar esta hermosa escena.

Pero ¿y qué tiene que ver esto con la mansedumbre?

Pues la mansedumbre no es solo un color, una cualidad.

Para obtenerla, hay que combinar distintas cualidades atractivas.

Esto quiere decir que, para cultivar mansedumbre, hay que combinar cualidades como la humildad, la modestia, la amabilidad, la paciencia, la apacibilidad y el aguante.

Entonces, si somos capaces de desarrollar todas estas cualidades al mismo tiempo, terminaremos con una bella obra de arte: la mansedumbre.

Ahora volvamos al capítulo 12 de Números y analicemos el versículo 3 desde otra perspectiva.

Y, como ya hemos visto, dice así: “Ahora bien, Moisés era con mucho el hombre más manso de todos los hombres que había en la tierra”.

Pero no cierren su Biblia, quedémonos ahí.

Les pregunto: ¿quién escribió estas palabras?

Pues fue el propio Moisés, ¿verdad?

Por eso algunos eruditos han criticado a Moisés, porque piensan que no hacía más que solo echarse flores.

Es como si alguien dijera acerca de sí mismo: “Soy humilde, y el número uno”.

Bueno, miremos primero el contexto de estas palabras.

En Números 12:1, 2 podemos ver lo que pasó.

Míriam y Aarón, los hermanos de Moisés, empezaron a cuestionar la autoridad que tenía Moisés como representante de Jehová.

Y es interesante que se mencionara primero a Míriam.

Ella era la mayor de los tres hermanos, y Moisés el menor.

Todo parece indicar que Míriam fue la principal culpable.

Si nos fijamos ahí en el versículo 10, podemos ver que solo a ella se le castigó con lepra.

Y recordemos, según el Perspicacia, la mansedumbre es “sufrir con paciencia las ofensas que se reciben sin irritación, resentimiento o ánimos de venganza”.

Así que Moisés aguantó todo eso, esa actitud tan descarada de sus hermanos, y fue manso.

Pero miren el final del versículo 2: “Y Jehová los estaba escuchando”.

Jehová lo vio todo: vio cómo estaban tratando Míriam y Aarón a su hermano.

Pero ¿cómo era la relación de Jehová con Moisés?

Versículo 8: “Hablo con él cara a cara, claramente y sin enigmas; él ve el aspecto de Jehová”.

Pero, claro, Moisés hablaba con él por medio de un ángel.

Aun así, era como si Moisés le hablara directamente a Jehová y él le respondiera.

El Perspicacia tiene unas palabras que me llamaron mucho la atención.

Ahí dice que Moisés “tuvo una relación más directa, constante e íntima con [Jehová] […] que cualquier otro profeta antes de Jesucristo”.

Tremenda declaración, ¿no les parece?

Piensen en esto: Jesús fue mejor que Moisés porque, cuando vino a la Tierra como ser humano, llegó a convertirse en el hombre más manso de todos los hombres, y con mucho.

¿Y qué fue lo que dijo Jesús sobre sí mismo en Mateo 11:29?

“Soy apacible y humilde de corazón”.

Era manso.

¿Qué piensan ustedes?

¿Acaso se estaba echando flores Jesús?

¡Para nada!

Era la pura verdad.

Y lo mismo es cierto en el caso de Moisés, que vimos antes.

Es verdad que él escribió esas palabras.

Pero, recuerden, no venían de él, venían de Jehová.

Jehová pensaba que él era manso.

¿Pero fue perfectamente manso?

No.

Todos recordamos cuando Moisés, desesperado y sin pensar, golpeó el peñasco para sacarle agua y se llevó todo el mérito que le correspondía a Jehová por ese milagro.

Y ese fue un grave error, uno por el que Moisés se arrepintió toda la vida.

Y Jehová, por su parte, se enojó muchísimo y no lo dejó entrar en la Tierra Prometida.

Pero ¿qué opinión tuvo Jehová de Moisés después de eso?

Pues vamos a leer Deuteronomio 34:10.

Veremos que, para Jehová, Moisés seguía siendo el mejor hombre de todos.

El texto dice: “Pero nunca ha vuelto a aparecer en Israel un profeta como Moisés, a quien Jehová conoció tan estrechamente”.

¡Qué palabras tan bonitas sobre Moisés!

Pero ¿quién escribió Deuteronomio?

Moisés.

Pero en realidad Moisés no escribió estas palabras.

Como dice el versículo 5, él ya había muerto.

Según el Perspicacia, el que escribió estas palabras inspiradas que cierran Deuteronomio fue Josué, quien también escribió el siguiente libro de la Biblia.

Así que todos debemos esforzarnos por cultivar la mansedumbre, una hermosa combinación de numerosas virtudes.

 

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