El 16 de marzo de 1968, en un pueblo en el sureste asiático, un grupo de soldados mató a cientos de personas.
Más adelante, esa masacre se consideró un crimen de guerra.
Y un soldado que participó en ella dijo: “No puedo perdonarme lo que hice”.
Pero otro soldado que también estuvo implicado en esto dijo: “Cumplí las órdenes que me dieron, y no me siento mal por ello”.
¿Cómo es posible que dos personas creadas “a la imagen de Dios” reaccionen de formas tan distintas a la misma experiencia?
La respuesta tiene que ver con la conciencia y con cómo se educa.
La Biblia nos enseña que todos tenemos una conciencia, es decir, tenemos la capacidad de analizarnos y de determinar si lo que hacemos está bien o mal.
Y esto pasa aun si la persona no conoce a Dios ni sus normas.
Según Romanos 2:15, todos nacen con un sentido de lo que está bien y lo que está mal y la “conciencia da testimonio con ellos, y ellos son acusados o incluso disculpados por sus propios pensamientos”.
Y eso fue lo que sucedió con los dos soldados.
Uno fue acusado por su conciencia, y el otro, disculpado.
Pero ¿qué tiene que ver esto con nosotros?
Bueno, está claro que no todas las conciencias funcionan como es debido.
Solo las conciencias que están educadas por la Biblia y se dejan guiar por la voluntad de Dios pueden juzgar correctamente los asuntos.
La Biblia dice que todos —incluso los cristianos como nosotros— pueden tener una conciencia “débil”, “insensible” o “contaminada”.
Por eso, el apóstol Pablo dijo en Hechos 24:16 que su meta era “mantener la conciencia limpia ante Dios y ante los hombres”.
Y esa debería ser también nuestra meta.
Por eso, hoy hablaremos de cómo educar la conciencia puede transformarnos.
Se podría decir que para la conciencia hay distintos niveles.
Con la ayuda de algunos ejemplos de la Biblia, vamos a identificar cuatro de ellos, del básico al avanzado, y veremos cómo funciona la conciencia en cada uno.
Analizarlos nos ayudará a darnos cuenta de lo que podemos hacer para educar este maravilloso regalo.
Primero, hablemos del nivel uno: el nivel básico.
En el nivel uno, la conciencia funciona como un juez que nos acusa cuando hacemos algo malo.
Hablando de cómo funciona la conciencia en este nivel, un niño de siete años dijo: “Cuando te portas bien, no te das cuenta de que la tienes, pero, cuando te portas mal, te duele”.
Piensen en Adán y Eva.
En Génesis 3:7 dice que, después de pecar, “se les abrieron los ojos”, “se dieron cuenta de que estaban desnudos”.
Sintieron vergüenza y “se hicieron coberturas para taparse”.
¿Y después qué hicieron?
Se escondieron de la vista de Jehová “entre los árboles”.
Más adelante, en el versículo 11, Jehová le pregunta a Adán: “¿Quién te dijo que estabas desnudo?”.
Adán no le contestó esa pregunta a Jehová, pero sabemos la respuesta.
Fue la conciencia culpable quien se lo dijo.
La conciencia lo juzgó, lo condenó.
Otro ejemplo.
Piensen en Judas.
Su conciencia también era de nivel uno.
Y, lamentablemente, no la siguió educando.
Mateo 27:3 dice que “sintió remordimiento”.
Su conciencia lo condenó, pero no lo motivó a pedirle perdón a Jehová.
Adán, Eva y Judas… todos tenían una conciencia, pero era una conciencia de nivel uno, el más básico.
¿Y qué sería una conciencia de nivel dos?
Este tipo de conciencia hace que la persona que ha cometido un error haga todo lo posible por reconciliarse con Jehová.
Un suceso en la vida de David nos muestra cómo es esto.
Abran, por favor, su Biblia en 1 Samuel 24:4.
Les doy un poco de contexto.
David está huyendo del rey Saúl.
Él y sus hombres son fugitivos.
Se esconden al fondo de una cueva y, de repente, ¿quién creen que entra?
Saúl.
¡Y no tenía ni idea de que David estaba ahí!
Ahora David tenía la oportunidad de hacer algo en contra de Saúl, el ungido de Jehová.
Y sí lo hizo, hizo algo irrespetuoso.
Porque sus hombres le insistieron, “David se levantó y […] cortó el borde de la túnica sin mangas de Saúl”.
¿Y qué pasó después?
Primero de Samuel 24:5 nos lo dice: “Después David sintió que su corazón lo condenaba”.
Su conciencia lo condenó, pero hizo algo más.
David pecó, pero su conciencia lo hizo cambiar de rumbo: decidió en su corazón no volver a hacer algo así contra Saúl.
¡Qué bueno es cuando la conciencia nos funciona de esta manera!
Porque nos ayuda a arrepentirnos y a reparar nuestra relación con Jehová.
Bueno, ¿qué más puede hacer la conciencia por nosotros?
Pasemos a hablar de la conciencia de nivel tres, la que nos ayuda a evitar que hagamos cosas malas.
Un relato de la Biblia que enseguida viene a la mente es el de José y la esposa de Potifar.
Según lo que leemos en Génesis 39:9, José no solo pudo darse cuenta de que el adulterio era algo malo y un pecado contra Dios, sino que también, motivado por su conciencia, huyó de la situación, huyó del pecado.
José de inmediato escuchó su conciencia —entrenada por lo que sabía de Dios— y con eso evitó pecar y las terribles consecuencias del pecado.
La conciencia de Job también funcionó de esta manera.
En Job 31:1, él dice: “He hecho un pacto con mis ojos.
Así que ¿cómo podría interesarme indebidamente en una joven?”.
Está claro, la conciencia de Job funcionaba muy bien.
Y esto lo ayudó a ser muy cuidadoso con las personas del sexo opuesto.
Tanto en el caso de José como en el de Job, la conciencia los llevó a tomar decisiones que estaban en armonía con lo que Dios pensaba, aunque todavía no se hubiera dado una ley en contra del adulterio.
La conciencia los ayudó más a ellos que a Judas, Adán y Eva.
Gracias a su conciencia, José y Job vieron las cosas desde el punto de vista de Jehová y evitaron el pecado.
¡Qué felices somos cuando nuestra conciencia hace lo mismo!
Pero eso no es todo, hermanos.
¿Puede nuestra conciencia hacer algo más?
Sí.
Ahora hablaremos de una conciencia de nivel cuatro, una avanzada.
Leamos 1 Timoteo 1:5: “Realmente, el objetivo de esta instrucción es el amor que nace de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sin hipocresía”.
¿Con qué se relaciona aquí una buena conciencia?
Con la fe y el amor.
¿Qué nos enseña esto?
Que una buena conciencia no solo impide que violemos la ley de Dios, también nos ayuda a hacer lo correcto —a hacer cosas buenas— motivados por el amor.
Nos motiva a seguir transformándonos —como dice Romanos 12:2— y a esforzarnos por ser la clase de persona que Jehová quiere que seamos.
Porque todos podemos mostrar bondad y amor, y eso es lo que Jehová ve en ti y en mí.
Si nuestra conciencia está bien entrenada y la escuchamos, podremos reflejar aún mejor la personalidad de Jehová.
Quien hizo esto mejor que nadie fue Jesús.
Él tenía una conciencia bien educada que lo motivaba a hacer cosas buenas.
¿Recuerdan cómo atendió las necesidades de tantas personas, aun cuando estaba cansado?
Marcos 6:34 dice que una gran multitud lo conmovió profundamente “y se puso a enseñarles muchas cosas”.
Este es uno de los muchos ejemplos en los que vemos que la conciencia de Jesús lo llevó a hacer cosas buenas, motivado por el amor, para ayudar a otros y darle gloria a Jehová.
Y todo esto nos enseña una lección.
El artículo “Entrenando nuestra conciencia para que haga más por nosotros” de La Atalaya del 15 de enero de 1977 dice: “Hay que recordar que la conciencia no es simplemente una actividad mental, sino un reflejo de la naturaleza moral de la persona entera.
La conciencia tiene que hacer más que decirnos lo que debemos ser; tiene que identificar lo que somos en la vida real”.
Fin de la cita.
Pues bien, veamos cómo el ejemplo de Jesús nos ayuda a entender esta idea.
Su conciencia era un reflejo de la persona que él era en su interior: alguien que amaba a Jehová, que amaba las normas divinas y que amaba a la gente.
¿No nos gustaría que ese fuera nuestro caso?
Entonces, ¿qué aprendimos?
Dos cosas.
Primero, que para que la conciencia funcione bien, tiene que estar educada por la Biblia y tiene que dejarse llevar por la voluntad de Dios.
Y segundo, que una buena conciencia no solo nos acusa o nos disculpa, sino que puede ayudarnos a ser la persona que Jehová quiere que lleguemos a ser.
Sí, hermanos, una conciencia bien educada puede transformarnos.