¿Se está enfrentado a las burlas, a la oposición o a la persecución?
¿Está atrapado en una situación difícil en la que parece que no puede hacer nada para cambiar las cosas?
Si es así, no es el único.
La Biblia nos dice que David pasó por situaciones parecidas, y él mismo dijo cómo logró aguantar.
Él escribió en Salmo 62:5: “Espero a Dios en silencio”.
Algunos expertos creen que David fue ungido como rey a los 15 años.
Si eso es cierto, tuvo que esperar 22 años para convertirse en rey de Israel.
Durante algunos de esos años, el rey Saúl persiguió a David con la intención de matarlo.
Por eso tuvo que vivir como un fugitivo.
A veces en las cuevas del desierto, y otras en un país extranjero, entre los enemigos de Israel.
David necesitó paciencia, esperar a que Jehová actuara.
Hablemos de tres sucesos que ocurrieron durante esos años.
El primero tuvo lugar en el desierto de En-Guedí, un lugar montañoso y rocoso plagado de cuevas enormes.
El rey Saúl odiaba a David, se moría de envidia y estaba persiguiéndolo para matarlo.
David y sus hombres se escondieron en una cueva muy grande.
Allí no estarían para nada cómodos.
Nada de lujos: tenían que buscar comida, leña, agua y esconderse de quienes los querían muertos.
Entonces sucedió algo sorprendente e inesperado.
Vamos a leerlo.
Busquen en la Biblia 1 Samuel 24, a partir del versículo 2.
Espero a que lo encuentren.
1 Samuel 24, leeremos a partir del versículo 2.
Así que Saúl se llevó a 3.000 de los mejores soldados de todo Israel y fue a buscar a David y sus hombres por los precipicios rocosos de las cabras monteses.
Entonces Saúl llegó a los corrales de ovejas hechos de piedra que estaban junto al camino.
Allí había una cueva, y él entró en ella para hacer sus necesidades.
Y resulta que David y sus hombres estaban sentados al fondo de la cueva.
Los hombres de David le dijeron: Este es el día en que Jehová te está diciendo: “Mira, aquí te entrego a tu enemigo en tus manos.
Puedes hacer con él lo que te parezca bien”.
Tres mil hombres de entre los mejores soldados de Israel estaban buscando a David.
Imagínense el asombro de David y sus hombres cuando Saúl, solo y sin protección, entró en la misma cueva en la que ellos estaban escondidos.
Los ojos de Saúl estaban acostumbrados a la claridad de afuera.
Así que, cuando entró en la oscura cueva, no vio a los hombres que estaban allí.
Pero los ojos de aquellos hombres estaban acostumbrados a la oscuridad, y podían ver claramente a Saúl a contraluz entrando en la cueva.
Saúl estaba desprotegido, estaba en manos de David.
¿Debía David matarlo?
Sus hombres le susurraron que lo hiciera.
Pensaban que Jehová se lo estaba entregando.
Después de todo, era la voluntad de Jehová que David reemplazara a Saúl como rey.
¿Y acaso no tenía David razones para matarlo?
Saúl estaba fuera de control.
Él había matado sacerdotes en Nob y arrasado la ciudad, hombres, mujeres, niños, animales..., y todo porque el sumo sacerdote Ahimélec les había dado pan a David y a sus hombres.
Si David mataba a Saúl, ¿cuál sería el resultado?
¡Por fin libres!
¡Ya no tendría que ser un fugitivo!
¡Se acabó lo de esconderse en cuevas!
Y por fin sería rey.
Seguro que todo esto pasó por la mente de David.
¿Qué haría?
¿Qué habría hecho usted?
Sigamos leyendo, 1 Samuel 24:4.
Así que David se levantó y, sin hacer ruido, cortó el borde de la túnica sin mangas de Saúl.
Pero después David sintió que su corazón lo condenaba por haberle cortado a Saúl el borde de su túnica sin mangas.
Les dijo a sus hombres: No puedo hacerle esto a mi señor, porque es el ungido de Jehová.
Sabiendo cómo ve Jehová las cosas, jamás se me ocurriría ponerle la mano encima al ungido de Jehová.
Con estas palabras, David detuvo a sus hombres y no los dejó atacar a Saúl.
Saúl, por su parte, salió de la cueva y siguió su camino.
David no les hizo caso a sus hombres.
Más bien, aprovechó la situación para demostrar que él no era un rebelde, y que tampoco quería vengarse del trato tan cruel que le había dado Saúl.
David necesitó autocontrol y también fe, fe en que Jehová arreglaría las cosas cuando y como él quisiera.
Sabemos lo que David pensaba, no solo por lo que le dijo a Saúl, sino también por lo que escribió en el Salmo 57:3, dice: Jehová “enviará ayuda desde el cielo y me salvará.
Hará fracasar al que me ataca”.
Puede que en ocasiones se nos haga difícil tener paciencia, especialmente cuando sufrimos una injusticia.
A menudo no podemos hacer nada para cambiar las cosas.
Pero ¿y si se nos presenta una solución fácil?
Debemos imitar a David, que primero pensó en cómo veía Jehová el asunto.
A veces hay que actuar, pero otras es mejor esperar a que Jehová arregle las cosas a su debido tiempo.
Veamos lo que pasó cuando Saúl se fue de la cueva.
Volvamos a 1 Samuel 24, leeremos a partir del versículo 8.
Entonces David se levantó, salió de la cueva y le gritó a Saúl: ¡Mi señor el rey!
¿David?
Cuando Saúl miró atrás, David se inclinó rostro a tierra y se postró.
David le preguntó a Saúl: ¿Por qué escuchas a quienes dicen “David quiere hacerte daño”?
Hoy puedes ver con tus propios ojos que Jehová te entregó en mis manos en la cueva.
Me dijeron que te matara, pero sentí compasión por ti y me dije: “No le pondré la mano encima a mi señor, porque es el ungido de Jehová”.
Y mira, padre mío, mira el borde de tu túnica sin mangas que tengo en la mano.
Cuando lo corté, pude haberte matado, y no lo hice.
Ahora puedes ver y darte cuenta de que no tengo ninguna intención de hacerte daño ni de rebelarme.
Yo no he pecado contra ti.
En cambio, tú me andas buscando para quitarme la vida.
Que Jehová haga de juez entre tú y yo.
Que sea Jehová quien me vengue de ti.
Pero yo, yo no pienso ponerte la mano encima.
Como bien dice el antiguo proverbio, ‘De los malos sale maldad’.
Por eso yo no voy a ponerte la mano encima.
¿A quién quiere atrapar el rey de Israel?
¿A quién estás persiguiendo?
¿A mí, que soy un perro muerto, una simple pulga?
Que Jehová sea el juez y juzgue entre tú y yo.
Él se fijará en este asunto y me defenderá.
Me hará justicia y me librará de tus manos.
Al controlarse, David demostró que no era cierto que él quisiera hacerle daño a Saúl.
Él nunca había intentado hacer algo así.
Dos veces le dijo a Saúl que sería Jehová el que juzgaría entre ellos.
Aunque Saúl lo estaba persiguiendo sin razón, David no le habló con dureza, fue respetuoso y humilde, y le dijo que esperaría a que Jehová hiciera justicia.
Esto debió haber hecho pensar a todos los que se enteraron de aquello.
Saúl se quedó de una pieza cuando se enteró de que David le había perdonado la vida, y le dijo: “Jehová te recompensará por lo que hoy has hecho por mí. [...] Sé muy bien que tú vas a ser rey y que el reino de Israel permanecerá en tus manos”.
Es posible que el apóstol Pablo pensara en esto cuando les dijo a los cristianos de Roma: “Amados, no se venguen”.
Sigan “venciendo el mal con el bien”.
Nuestras buenas palabras y acciones pueden tener un buen efecto en quienes están en nuestra contra.
A Saúl le conmovió la compasión de David.
¿Pero dejaría de perseguirlo?
Lo veremos...
Por otra parte, David, que era imperfecto como nosotros, en una ocasión perdió la paciencia.
Lo que sucedió le molestó tanto, que estuvo a punto de hacer algo que habría tenido consecuencias terribles.
Vamos a leerlo.
Volvamos a 1 Samuel, pero ahora al capítulo 25, versículo 1.
1 Samuel 25, a partir del versículo 1.
Con el tiempo, Samuel murió.
Todo Israel se reunió para llorar su muerte, y lo enterraron en Ramá, donde estaba su casa.
David entonces bajó al desierto de Parán.
Ahora bien, había un hombre muy rico en Maón que tenía su ganado en Carmelo.
Era dueño de 3.000 ovejas y 1.000 cabras.
Y resulta que estaba esquilando sus ovejas en Carmelo.
El hombre, que era calebita, se llamaba Nabal, y su esposa, Abigaíl.
Ella era una mujer sensata y hermosa, pero su esposo era áspero y hacía cosas malas.
Estando en el desierto, David se enteró de que Nabal estaba esquilando sus ovejas.
Así que David les dijo a 10 de sus hombres: Suban a Carmelo, busquen a Nabal y pregúntenle de mi parte cómo está.
Díganle: “Que vivas muchos años, que te vaya bien a ti y que les vaya bien a los de tu casa y a todo lo que te pertenece.
He oído que ahora estás esquilando las ovejas.
Pues bien, cuando tus pastores estaban con nosotros, no los molestamos, y nadie les quitó nada durante todo el tiempo que estuvieron en Carmelo.
Pregúntales a tus hombres y ellos te lo dirán.
Por eso te ruego que recibas bien a los míos, porque hemos llegado en una época de mucha alegría.
Por favor, dales a tus siervos y a tu hijo David cualquier cosa que puedas darnos”.
Así que los hombres de David subieron y le dieron a Nabal este mensaje de David.
Cuando terminaron, Nabal les dijo a los siervos de David: ¿Y quién es ese David?
¿Qué se cree el hijo de Jesé?
Hoy en día hay muchos siervos que se escapan de sus amos.
¿Por qué iba yo a darles mi pan y mi agua y la carne que he preparado para mis esquiladores a unos hombres que vienen de quién sabe dónde?
La época en la que se esquilaban las ovejas era muy alegre.
Y Nabal tenía razones para estar contento, pues tenía muchas ovejas, y los hombres de David las habían protegido de las bandas de ladrones.
Según la costumbre, se esperaba que Nabal estuviera agradecido y fuera generoso.
Pero, cuando los hombres de David, con mucha educación, le pidieron comida, no solo se negó a dársela, sino que se puso a insultarlos a gritos.
Veamos qué hizo David.
Sigamos leyendo, 1 Samuel 25:12.
Los hombres de David regresaron y le contaron todo lo que Nabal había dicho.
Al instante, David les ordenó a sus hombres: ¡Que cada uno tome su espada!
Así que todos se colocaron su espada, y David también.
Unos 400 hombres subieron con él, y unos 200 se quedaron vigilando las pertenencias.
Mientras tanto, uno de los siervos le avisó a Abigaíl, la esposa de Nabal.
Le dijo: Mira, David envió unos mensajeros desde el desierto para desearle todo lo mejor a nuestro amo, pero él les gritó y los insultó.
¡Oh, no!
Esos hombres fueron muy buenos con nosotros.
Nunca nos molestaron, y nadie nos quitó nada durante todo el tiempo que estuvimos con ellos en los campos.
Fueron como una muralla para nosotros, tanto de día como de noche.
Nos protegieron todo el tiempo que estuvimos con ellos pastoreando el rebaño.
¡No!
Ahora decide qué vas a hacer.
Porque esto va a acabar muy mal para el amo y para todos los de su casa.
Y es que él es un hombre tan despreciable que no se puede hablar con él.
Enseguida Abigaíl tomó 200 panes, 2 jarras grandes de vino, 5 ovejas ya preparadas, 5 seas de grano tostado, 100 tortas de pasas y 200 tortas de higos comprimidos...
—Tomen.
—... y lo cargó todo sobre unos burros.
Esto también.
Entonces les dijo a sus siervos: Vayan yendo, que yo los sigo.
Pero no le dijo nada a su esposo Nabal.
Mientras ella bajaba en burro por una parte oculta de la montaña, David y sus hombres iban bajando en dirección a ella, de modo que se la encontraron.
David había estado diciendo: Yo protegí todo lo que este individuo tenía en el desierto, pero no ha servido para nada.
Nadie le quitó nada, y aun así él me devuelve mal por bien.
Si antes de la mañana yo no he acabado con todos sus hombres, que Dios castigue severamente
a los enemigos de David.
Cuando le contaron a David lo que Nabal había dicho, se puso furioso.
Inmediatamente y sin consultarle a Jehová, David le dijo a sus hombres que agarraran sus espadas.
Entonces salieron para matar a todos los hombres de la casa de Nabal.
¡Eso estaba mal!
Sí, Nabal era un hombre despreciable.
Y David merecía que lo compensaran por haber protegido los rebaños de Nabal, pero no tenía ningún derecho sobre sus bienes.
Y, por supuesto, no tenía razones para asesinar a un israelita y a todos los de su casa.
Mientras tanto, uno de los siervos de Nabal se dio cuenta de que iba a ocurrir una tragedia y tuvo el valor de decirle lo que estaba pasando a Abigaíl, la esposa de Nabal.
No le dijo nada a él, que no lo habría escuchado, pero Abigaíl sí que le hizo caso.
Era una mujer que tenía buen juicio y que amaba a Jehová.
No tenemos muchos detalles, pero vivir con Nabal debió haber sido muy difícil.
Era un hombre áspero, desagradecido y arrogante.
Es posible que ella estuviera atrapada en un matrimonio concertado.
Ella le dijo a David más tarde que Nabal era un insensato.
Esta mujer espiritual no habría dicho eso si Nabal no le hubiera hecho perder el poco amor y respeto que quizás le quedaba por él.
Abigaíl escuchó al siervo y se dio cuenta de que había que hacer algo, y rápido.
Pero ¿qué?
¿Debía hablar con Nabal?
No, con él no se podía razonar.
¿Debía huir de allí?
Si David se parecía en algo a Nabal, huir era lo más inteligente.
Pero Abigaíl sabía que David era un hombre razonable que amaba a Jehová.
Rápidamente hizo los preparativos para llevarle comida.
Leamos el relato, 1 Samuel 25:23.
Cuando Abigaíl vio a David, enseguida se bajó del burro y se lanzó al suelo rostro a tierra delante de David.
Entonces se tiró a sus pies y le dijo: Señor mío, échame la culpa a mí.
Te ruego que me permitas hablarte.
Escucha las palabras de tu sierva.
Por favor, mi señor, no le hagas caso a Nabal.
Es un hombre despreciable que hace honor a su nombre.
Se llama Nabal y es un insensato.
Pero yo, tu sierva, no vi a los hombres que mi señor envió.
Y ahora, señor mío, tan cierto como que Jehová y tú viven, es Jehová quien te está frenando para que no te tomes la justicia por tu mano y te hagas culpable de derramar sangre.
Que tus enemigos y los que quieren hacerte daño se vuelvan como Nabal.
Y ahora, mi señor, deja que los hombres que te acompañan reciban este regalo que tu sierva te ha traído.
Perdona, por favor, si tu sierva te ha ofendido.
Yo sé que Jehová sin falta hará que tu casa sea duradera, mi señor.
Porque tú peleas las guerras de Jehová y en toda tu vida no se ha encontrado nada malo en ti.
Mi señor, cuando alguien te persiga y trate de quitarte la vida, Jehová tu Dios tendrá tu vida bien guardada en la bolsa de la vida.
Pero la vida de tus enemigos la lanzará lejos, como se lanza una piedra con la honda.
Y, cuando Jehová haya cumplido todas las cosas buenas que te ha prometido y te haga líder de Israel, no tendrás que lamentarte ni arrepentirte en tu corazón por haberte tomado la justicia por tu mano y haber derramado sangre sin motivo.
Mi señor, cuando Jehová te bendiga, acuérdate de tu sierva.
Cuando David escuchó a Abigaíl, se dio cuenta de que era una mujer sabia y espiritual.
Ella le habló con humildad y con mucho respeto.
Pero su mensaje fue claro: le dijo que Jehová la había enviado para impedir que él se hiciera culpable de derramar sangre, de derramar sangre sin motivo, para impedir que se vengara, que hiciera algo de lo que luego se arrepintiera y tuviera que cargar con el peso de la culpa el resto de su vida.
Abigaíl le recordó a David dos verdades importantes: que Jehová arreglaría las cosas y que David no debía vengarse.
En realidad, ella estaba razonando como David cuando él decidió no atacar a Saúl.
Tal vez ella sabía que David le había perdonado la vida en la cueva.
El mensaje de Abigaíl fue “Ten paciencia, deja que Jehová arregle las cosas a su manera y en su momento”.
¿Cómo respondió David a esto?
Sigamos leyendo, 1 Samuel 25:32.
Ante esto, David le dijo a Abigaíl: ¡Alabado sea Jehová, el Dios de Israel, que te ha enviado este día a mi encuentro!
¡Bendita sea tu sensatez!
Que Dios te bendiga por haberme librado de tomarme la justicia por mi mano y de hacerme culpable de derramar sangre.
Tan cierto como que vive Jehová, el Dios de Israel —quien ha evitado que te haga daño—, si no hubieras venido enseguida a hablar conmigo, ni un solo hombre de Nabal habría quedado vivo al amanecer.
Entonces David aceptó lo que ella le había traído y le dijo: Sube en paz a tu casa.
He escuchado lo que has dicho y voy a hacer lo que me pides.
David la escuchó.
Y, en una sociedad en la que los hombres no escuchaban a las mujeres, esto llama la atención.
David escuchó a Abigaíl, la entendió, estuvo de acuerdo con ella y cambió su decisión.
Es posible que sus hombres tuvieran ganas de luchar y saquear, pero David los frenó.
Como David, nosotros también podríamos tomar una decisión equivocada.
Como David, deberíamos escuchar cuando alguien intenta aconsejarnos.
Unos 10 días después, Jehová hizo que Nabal muriera, y más tarde, David se casó con Abigaíl.
¿Y qué hay de Saúl?
A pesar de lo que ocurrió en aquella cueva de En-Guedí, él siguió persiguiendo a David.
Esta vez David y sus hombres estaban en el desierto de Zif.
Por segunda vez, los hombres de allí traicionaron a David, y eso que eran de su propia tribu.
Vamos a leerlo, 1 Samuel 26:2.
Así que Saúl bajó al desierto de Zif con 3.000 de los mejores soldados de Israel para buscar allí a David.
Saúl acampó junto al camino, en la colina de Hakilá, que está frente a Jesimón.
Y David, que estaba viviendo en el desierto, oyó que Saúl había venido a buscarlo.
Así que David envió unos espías para ver si era verdad que Saúl estaba por allí.
Luego David fue hasta el lugar donde estaba acampado Saúl y vio dónde estaban durmiendo Saúl y el jefe de su ejército, Abner hijo de Ner.
Saúl estaba acostado en medio del campamento, con sus soldados acampados a su alrededor.
David entonces les preguntó a Ahimélec el hitita y a Abisái hijo de Zeruyá, el hermano de Joab: ¿Quién baja conmigo al campamento de Saúl?
—Abisái contestó: —Yo voy contigo.
En la oscuridad de la noche, David y Abisái consiguieron entrar en el campamento, y encontraron a Saúl dormido con su lanza clavada en la tierra junto a su cabeza.
Abner y los soldados estaban acostados alrededor de él.
Abisái le dijo a David: Hoy Dios te está entregando a tu enemigo en tus manos.
Por favor, déjame clavarlo al suelo con la lanza.
Un solo golpe bastará, no tendré que darle otro.
En aquella cueva, Saúl fue hacia David, pero esta vez David fue hacia Saúl.
Con él iba su sobrino Abisái, un soldado valiente.
Bajo la luz de la luna avanzaron sigilosamente por el campamento donde dormían los soldados enemigos, hasta llegar a la tienda de Saúl.
Por segunda vez, Saúl estaba en manos de David.
Abisái le dijo a David que le dejara clavarlo al suelo con la lanza.
A él le parecía lógico acabar con Saúl, que no había dejado de perseguirlos.
David no tendría que hacer nada, luego podría decir que Abisái lo había matado.
¿Aprovecharía David para quitarse de encima a su enemigo de una vez por todas?
Para saberlo, sigamos leyendo el relato, 1 Samuel 26:9.
Pero David le dijo a Abisái: No le hagas daño.
¿Quién puede ponerle la mano encima al ungido de Jehová sin hacerse culpable?
Y David agregó: Tan cierto como que Jehová vive, Jehová mismo lo matará o algún día morirá como morimos todos o irá a luchar y perderá la vida en la batalla.
Sabiendo cómo ve Jehová las cosas, ¡jamás se me ocurriría ponerle la mano encima al ungido de Jehová!
Por eso, toma la lanza que está junto a su cabeza y la jarra de agua, y vámonos.
A continuación, David agarró la lanza y la jarra de agua que estaban junto a la cabeza de Saúl, y se fueron de allí.
Nadie los vio ni se enteró de nada.
Todos estaban dormidos.
No se despertaron porque Jehová los había hecho caer en un sueño profundo.
David no se engañó a sí mismo pensando que estaría bien que Abisái matara a Saúl, él sabía que Jehová se encargaría de Saúl.
De nuevo esperó a que Jehová corrigiera la situación.
Él pensó en maneras en las que Jehová podría hacer eso en el futuro.
Le dijo a Abisái que Saúl podría acabar muriendo en una batalla.
Y, alrededor de un año después, eso fue lo que pasó.
La vida no fue fácil para David en los años en los que vivió como fugitivo, pero nunca se impacientó con Jehová.
También hizo todo lo que estaba en su mano en esas circunstancias.
Por ejemplo, cuando estuvo viviendo con los filisteos, aprovechó la oportunidad para defender a Israel atacando a las naciones enemigas.
Cuando pasemos por dificultades, también podemos sacarle partido a la situación y hacer lo que podamos, y confiar en que Jehová nos dará la salida a su debido tiempo.
Más tarde David llegó a ser rey, y reinó por 40 años.
Hacia el final de su vida escribió el Salmo 37.
Cuando escribió este Salmo, es posible que estuviera pensando en los tres sucesos de los que hemos hablado.
En él habla sobre la paciencia, la necesidad de esperar a que Jehová actúe y de cómo sus promesas siempre se cumplen.
Este Salmo es muy animador, y tiene buenos consejos para nosotros.
Vamos a terminar leyendo esas palabras inspiradas.
Busquemos el Salmo 37:1-7, les doy un momento para encontrarlo.
Salmo 37:1-7: “No te irrites a causa de los malos ni envidies a los que hacen el mal.
Se marchitarán tan rápido como la hierba; como la tierna hierba verde, se secarán.
Confía en Jehová y haz el bien; vive en la tierra y actúa con fidelidad.
Haz de Jehová tu mayor deleite, y él te concederá los deseos de tu corazón.
Pon tu camino en manos de Jehová; confía en él, y él actuará a tu favor.
Hará que tu rectitud brille como el amanecer y tu justicia como el sol del mediodía.
Guarda silencio ante Jehová y espéralo con anhelo”.